Por Rose Solomon
Para una de mis clases en la Carlos III, fue necesario hacer 16 horas de trabajo voluntario. Por eso, encontré dos lugares diferentes en los que podía enseñar el inglés a estudiantes de entre 6 a 12 años. Pero, cuando llegué a estos sitios, me di cuenta que enseñar el inglés no me inspira. No soy una amante de la gramática en ningún idioma, y nunca tenía buena respuesta de por qué las cosas eran así cuando los estudiantes me preguntaban sobre sus tareas de inglés. Por eso, decidí enseñar matemáticas. Como fue mi trabajo durante la escuela secundaria, tengo experiencia en hacerlo y tengo una buena idea de explicar temas de matemáticas a los niños. Pero todo cambió cuándo tenía que hacerlo en español.
En uno de los centros de tutoría, daban un nombre nuevo a su clase que dura dos horas cada martes – ahora se llamaba “Mates con Rose.” Cada semana, algún número entre 3 y 7 estudiantes vinieron al centro para que les pudiera enseñar. Vinieron sin nada – ni tarea, ni preguntas, ni un deseo de hacer más que jugar fútbol con las pelotas que, por mi mala suerte, siempre estaban.
Cada vez que entraba un chico al centro, le preguntaba las mismas preguntas: “¿Te gustan las matemáticas? ¿En qué año estás? ¿Qué haces en tu clase?” Después intentaba crear problemas diferentes para encontrar cuáles no eran demasiado fáciles ni difíciles.
Por ejemplo, si me decían que tenían 6 años y en las clases estudiaban la adición (o mejor dicho, las sumas), les preguntaría si sabían ¿qué son 2+2? Y después, ¿sabes 6+7?, ¿Y 8+13?
Aumentaba la dificultad de las preguntas hasta que llegáramos a un punto que no pudieran contestar muy rápido, pero con ayuda pudieron llegar a la respuesta correcta. Aunque conozco muy bien las maneras de explicar en inglés, cambiar a español me presentaba muchas dificultades. Cuando explicas ideas tan básicas como “8+3,” la meta no es explicar la respuesta correcta, sino enseñar la mejor manera de pensar en estas preguntas. Debido a eso, las frases que eliges son de las más importantes. Me costaba mucho intentar explicar las mismas cosas de una variedad de maneras para que los estudiantes pudieran entender. A veces me faltaba el vocabulario para hacerlo y entonces usaba cosas físicas y dibujos para explicar. De esta manera, creé una nueva forma de entender y explicar. También, aprendí muchos términos que nunca había usado y me volví más cómoda al decir frases matemáticas.
Hay una frase conocida que dice que las matemáticas son un lenguaje universal – que no cambian cuando cambia el idioma. Esa idea me inspiró porque, aunque tenía que explicar cosas con palabras diferentes, las ideas fundamentales eran las mismas. Estaba contenta de poder expresar pensamientos a niños que no compartían mi lengua materna. Al final, aprendí tanto como los niños porque mejoré mi habilidad de pensar en español como ellos mejoraron su habilidad de pensar en las matemáticas. Hacer matemáticas en España, en español, fue una gran parte de mi inmersión y aprendizaje. Si te gustan las matemáticas te recomiendo que intentes enseñarlas para aprender y disfrutar mucho. Pero también recomiendo a todos los que estudian en el extranjero que hagan cosas difíciles y únicas para que puedan involucrarse con el idioma de una manera diferente y útil.

