Dejárlo perdurar: Reflexiones sobre el valor de los espacios vacíos en la conversación

Por Simon Schwartz

En 1993, Los Cranberries plantearon una pregunta que resonó mucho más allá del ámbito de la música: “Do you have to let it linger?”, o lo que es lo mismo ¿tienes que dejarlo perdurar? Es una interrogante que resuena en experiencias, relaciones y momentos instándonos a reflexionar sobre el valor de permitir que las cosas permanezcan, que perduren, en lugar de pasar rápidamente por encima de ellas. En estos momentos simples y concisos, a menudo hay aprendizajes valiosos esperando ser descubiertos.

Mi conexión con mi familia anfitriona comenzó con una puerta, un saludo y una pausa incómoda. Cada día, después de la escuela en Getafe, regresaba a casa y saludaba a mi madre anfitriona con un habitual “¿qué tal?”. Su respuesta familiar “¡bien!, ¿y tú?, ¿todo bien?” se convirtió en el preludio de nuestros intercambios diarios. Yo respondía con entusiasmo “¡sí!, ¡todo bien!”, pero luego llegaba lo inevitable: un silencio tenso que se instalaba en el ambiente. ¿Debería escapar a mi habitación? ¿Meterme en el baño? ¿Fingir que iba a llenar mi botella de agua en la cocina? Luchaba con la incomodidad inminente, sin saber cómo evitar esa situación embarazosa.

Esas pausas silenciosas eran cruciales. Eran momentos cargados de oportunidad y malestar, donde luchaba con mi limitado español, buscando desesperadamente una pregunta de seguimiento para mantener la conversación. Al principio, establecer puntos en común con alguien que tiene más del doble de mi edad, que tiene esposo e hijo y que proviene de un trasfondo cultural distinto parecía un obstáculo insuperable; especialmente al intentar evitar preguntas sobre el pasado o el futuro, por temor a usar la conjugación incorrecta. Como estudiante universitario de 21 años de Estados Unidos, la brecha entre nuestros mundos parecía inmensa. En esos momentos, sin darme cuenta, abracé la pregunta de Los Cranberries: Yo lo dejo perdurar.

Son en esas pausas donde las relaciones maduran, donde las conexiones echan raíces y florecen. Esos momentos, aunque incómodos e inciertos, se transformaron gradualmente en la base sobre la cual construí mi vínculo con mi familia anfitriona. Aprendí que permitir que la incomodidad perdure no era una señal de fracaso; era un catalizador del crecimiento.

A medida que los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses, esas pausas evolucionaron, aunque parecían no acortarse nunca. Se convirtieron en puentes que conducían a conversaciones más profundas, risas compartidas y conexiones genuinas. Descubrí que abrazar la incomodidad de la incertidumbre, de no llenar inmediatamente el vacío con palabras vacías — ya sea por falta de habilidad para hacerlo o por dejar que perdure — era una forma de vulnerabilidad que allanaba el camino para interacciones más significativas y crecimiento.

En la prisa de nuestras vidas, a menudo estamos condicionados a pasar rápidamente por lo incómodo, lo raro, los momentos que nos hacen detenernos. Al dejar que perdure, al permitirnos estar con lo incómodo, nos otorgamos la oportunidad de aprender, conectar y crecer.

Terminaré con tres preguntas:

  1. ¿En última instancia, se entrelaza verdaderamente tu reflexión sobre tu tiempo en el extranjero con el amor no resuelto y la lucha de Dolores O’Riordan, la cantante principal de Los Cranberries, por avanzar después de una relación pasada? Poco probable (aunque no es del todo inimaginable que uno de sus hijos pudiera asistir a Vassar o Wesleyan).
  2. ¿Estaba escuchando Los Cranberries cuando escribí esto? Tal vez…
  3. ¿Es necesario que tú lo dejes perdurar? Quizás no; sin embargo, hay algo enriquecedor en demorarse un poco, enfrentar la incomodidad y aventurarse más allá de tu zona de confort. La belleza de estudiar en el extranjero a menudo radica en los momentos en los que elegimos quedarnos un poco más, abrazar la incomodidad y permitir que las conexiones florezcan.
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