Vivir con una joven hermana anfitriona

Por Caroline Asnes

¿Caroline, qué has comido hoy?

Esta era la pregunta que siempre recibía cuando me sentaba a cenar en una mesa puesta para tres. Frente a mí, mi madre anfitriona, una mujer tan ocupada como cariñosa, que siempre me preguntaba por mis acontecimientos del día; a mi lado, una niña de cinco años, que solo tenía una cosa que preguntar: ¿Caroline, qué has comido hoy? Aunque muchas veces mi respuesta era la misma (pan con tomate en el desayuno y un bocadillo de tortilla de la cafetería de nuestra universidad para comer), mi hermana anfitriona siempre me preguntó, con ojos muy abiertos de interés. Durante los cinco meses que viví con ellas, mis respuestas empezaron a ser cada vez más rápidas, con menos “ums,” pausas y errores.

Al comienzo del programa desconfiaba de vivir con una niña pequeña. Nunca fui hermana mayor, ni niñera, por lo tanto temía las rabietas, los líos y otras complicaciones que pudieran ocurrir en la convivencia. Pero, después de vivir con mi hermana anfitriona durante tantos meses, puedo decir con certeza que no cambiaría mi experiencia por nada. Por supuesto hubo rabietas y líos, y mentiría si dijera que no me cansé de oír las mismas películas de Disney dobladas y las mismas canciones de Furby que emanaban de la sala de estar. Sin embargo, la experiencia de vivir y hablar con una niña tan joven me hizo hablar y entender mejor el español, me enseñó a tener paciencia y me dio una relación que seguiré apreciando más allá de mi estancia en España.

Mi vida en casa estaba llena de preguntas sencillas (ej. ¿cuál princesa es tu favorita?), películas dobladas (Monster High era una de las películas favoritas), libros infantiles (tanto en español como en inglés) y sesiones de dibujo (en las cuales solo hablamos de los colores que usamos y las cosas que dibujamos). Todo esto me ayudó a aprender nuevas palabras como arcoíris  (rainbow) y también los nombres de sus compañeros de clase. Esperé en momentos de intensidad emocional y entablé conversaciones animadas cuando ella estaba dispuesta a hablar. Era evidente que, a medida que yo me adaptaba a ella y a mi nuevo entorno, ella también se adaptaba a mí.

Vivir con una madre y una hija también me ha enseñado lo que significa ser y pertenecer a una familia en la cultura española. Asistíamos a las celebraciones de Carnaval en la escuela primaria, comíamos churros del carrito que había cerca de casa los fines de semana, y discutíamos las complicaciones de llevar un equilibrio entre el trabajo, la escuela y la vida. Al permitirme aceptar la incomodidad de mi nueva situación vital, me sumergí de lleno en una cultura que nunca habría visto de otro modo.

Si estás rellenando el formulario de vivienda y debatiendo si optar por niños en el hogar, te sugiero que te arriesgues y lo hagas. Puede que a veces pases algunos momentos incómodos, y que, en ocasiones, te agote en los días más difíciles, pero te proporcionará una experiencia valiosa que nunca olvidarás. Aunque entré en España nerviosa ante la perspectiva de vivir con extraños (y una pequeña extraña), gracias a eso me voy del país con un vocabulario más sólido (aunque a veces infantil), una mejor comprensión de los niños, varios dibujos preciosos hechos para mí por mi hermana anfitriona y dos relaciones profundas y significativas que llevaré conmigo el resto de mi vida.

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