El teatro Pavón

Caleb Featherstone

En el Teatro Pavón, un pequeño auditorio en la Calle Embajadores colocado en el centro de Lavapiés, se hace magia teatral. Quizá no se puede notar a primera vista—ya que la cola se forma enfrente de una puerta bajita al lado de un solo empleado que ocupa el quiosco—pero justo cuando bajan hasta las luces del Kamikaze comienza el espectáculo. Te encuentras trasladado al mundo en el que la obra tiene lugar, gracias a la autoridad de la actuación y el escenario a la vez sencillo y futurístico. El teatro mismo es un espacio reminiscente de los cines antiguos, un espacio muy íntimo en el que la simplicidad del piso alfombrado y los asientos lujosos invita a la audiencia a relajarse mientras se impregnan del drama.

Además, se puede ver el espectáculo desde cada asiento del espacio—lo sé porque al principio del cuatrimestre fui con unos compañeros del programa, y nosotros nos sentamos justo delante de la fila de los mancos. Era un día muy abarrotado en Lavapiés, y la cola estaba llena de gente de cincuenta, sesenta, y setenta años—una audiencia típica para un espectáculo a las ocho de la tarde, cuando los jóvenes suelen salir de marcha por los bares y restaurantes turcos e indios del barrio. Entramos sin muy altas expectativas. Estábamos equivocados.

La obra se llama Idiota. Se trata de un hombre que elige participar en un ‘experimento de comportamiento’ en que cada vez que no da la respuesta correcta a la científica que le está preguntando, otro miembro de su familia se muere. Según la científica, ella castiga al hombre con el fin de que se vuelva mejor persona, aunque a lo largo de la trama se descubre que la organización para la que ella trabaja tampoco es muy pura. Como dice el actor Israel Elejalde en el cartel de la obra, el conflicto entre el hombre y la mujer refleja “[el] juego básico del teatro. Uno habla y el otro dice ‘no estoy de acuerdo’ ”. Los actores que hacen estos papeles—Gonzalo de Castro y Elisabet Gelabert—se enfocan en este hecho como si fuera un mantra, porque entienden que la profundidad viene de la sencillez. Castro es un puro cobarde, un hombre en el borde de colapsarse, cuya vergüenza y desesperación llena el espacio como una peste. Por otra parte, Gelabert huye de su propia debilidad detrás del frágil disfraz de una mujer completamente racional que está por encima del miedo y la emoción. Por eso, es difícil decir si un actor captura más humanidad que el otro, aunque al fin y al cabo yo diría que la vulnerabilidad humana de la actuación de Castro es transcendente.

Pero los actores no son los únicos que tienen encanto: el escenario—un cuarto totalmente blanco con una sola ventana, vacío excepto por los escritorios metálicos respectivos a los dos personajes, evoca la atmósfera de un trullo y da a la audiencia una primera impresión de intensidad de por sí. Es más, podemos fijarnos en el uso de la pantalla en la parte de atrás del espacio. Se usa para mostrar a los miembros de la familia de Castro que Gelabert amenaza matar y la luz parpadeante de su escritorio cuando trata de dar una respuesta a los acertijos aumenta la impresión de un inocente atrapado bajo la opresión del sistema político.

Sí, esta obra podría servir como un ejemplo de la calidad de las obras que produce este teatro y como contraargumento al teatro clásico del centro de la ciudad, yo diría que—aunque sí hace falta ver una obra o de Lope de Vega o de Cervantes para al menos haber tenido la experiencia—no se puede conocer la riqueza del drama madrileño sin ser testigo al genio simple y salvaje del Teatro Kamikaze.

Para resumir:

¿Dónde?

Teatro Pavón:

Calle de Embajadores, 9

¿Cuándo?

El horario depende de la obra—usualmente hay espectáculos casi cada día de la semana, empezando hacia las 18:30.

¿Cuánto?

15€ – 30€

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