Ser venezolano en Madrid

Jorge Gruber

A lo largo de la historia contemporánea, Madrid ha servido como un cruce cultural importante donde inmigrantes de alrededor del mundo han llegado para intentar establecer nuevas y mejores vidas. Una fuente de migración a España que ha sido particularmente fuerte en los últimos años ha sido la región latinoamericana. A menudo, al mencionar el tema de la migración latinoamericana, y específicamente con respecto al flujo de refugiados de países en crisis a través de los años, muchos españoles con los que he hablado han sido propensos a invocar su propia guerra civil, un periodo trágico que dejó a numerosos españoles buscando refugio seguro en varios países latinoamericanos. Los patrones de migración entre estas lejanas esquinas del mundo hispano, entonces, suelen reflejar grandes cambios dentro de sus historias distintas pero entrelazadas.

Personalmente, esta profunda historia de movimiento transatlántico se ha hecho aún más saliente en medio de la turbulencia que ha envuelto a mi país de origen, Venezuela. Mi llegada a España para disfrutar de un semestre en el extranjero ha coincidido con un éxodo masivo de venezolanos que ha llevado a muchos de ellos a establecerse en Madrid. Su presencia ha sido casi inescapable. En tiendas, barras y parques por toda la ciudad he tendido a escuchar sus voces distintas invariablemente discutiendo el estado fallido de nuestro país nativo, las dificultades que han enfrentado durante el proceso de establecimiento aquí, y su esperanza de que sus seres queridos también puedan encontrar paz y estabilidad. Casualmente, echando un vistazo a las portadas de periódicos como El País o a las pantallas de televisores en cualquier café, ha sido muy probable ver cobertura sobre la crisis política, económica y humanitaria en Venezuela que durante el semestre se ha intensificado bárbaramente. Pasando por la Puerta del Sol, el corazón de Madrid, durante un fin de semana, tampoco ha sido raro encontrarse a un gentío vestido de color vinotinto, es decir, la comunidad exiliada de la oposición venezolana, manifestando contra las acciones de su gobierno en solidaridad con aquellos que lo siguen desafiando allí.

Es importante notar que, aparte del hecho de que la crisis en sí es una gran noticia, aquí en España también se ha demostrado ser un tema bastante polémico que ha aumentado tensiones dentro del escenario político doméstico. El fallecido Hugo Chávez y la revolución bolivariana que encabezó siguen manteniendo apoyo entre algunos de la izquierda española, y particularmente entre aquellos que se alinean con uno de los partidos políticos más populares en la actualidad, Podemos, cuyos dirigentes han sido continuamente acusados por la derecha de tener vínculos con el régimen Chavista desde que entraron al centro de atención. Por otro lado, algunos de izquierda han denunciado a las principales figuras de la oposición venezolana por ser corruptos vinculados a la élite política española, y a los exiliados venezolanos por ser privilegiados haciendo el papel de víctimas. Mientras tanto, el pueblo venezolano, temerosamente incierto de lo que podría estallar mañana, sigue deslizándose inexorablemente hacia una mayor privación. El hecho es que, a medida que la situación continúa aumentando (y por el momento parece que esto es lo que va a pasar) más venezolanos intentarán huir del país, y muchos de ellos se establecerán en lugares como Madrid, un sitio proxy de la política contestataria venezolana de creciente influencia.

Toda esta tensión ha sido interesante de experimentar como estudiante de ciencias políticas en el campus de Somosaguas de la Complutense, la famosa sede de Podemos. Me sorprendió cuando, al hablar con uno de mis profesores sobre la situación en Venezuela, me aconsejó en voz baja de que tuviera cuidado. Mira lo que dices, explicó, porque la mayoría de la gente en esta facultad, sean profesores o compañeros de estudio, no van a tolerar críticas contra el gobierno venezolano. En varios grupos para venezolanos expatriados creados en redes sociales como Facebook se han posteado numerosos vídeos demostrando los enfrentamientos que ha generado el asunto de Venezuela, tanto entre políticos españoles con posiciones distintas como entre simpatizantes españoles de Maduro y manifestantes venezolanos en las mismas calles que camino diariamente. Vestirse con la camiseta de nuestro equipo de fútbol, La Vinotinto, el uniforme de facto del venezolano, se supone que constituye una forma de expresión política, e involuntariamente invita a una gama de percepciones. Siempre ejercí cautela, consciente de las complicaciones de navegar por el campo minado que es la política venezolana. Déjame ser claro que sé dónde estoy parado en este asunto, y me aferro a mis principios ferozmente y sin temor. El problema es que durante el transcurso de este semestre no he tenido completamente en claro de lo que algo así implicaría dentro de este nuevo contexto español.

En resumen, contra mis expectativas, me he encontrado atrapado en otro campo de batalla ideológico enredado en torno a la cuestión del legado y el significado de la revolución bolivariana, cuya magnitud al nivel internacional, sin duda, ingenuamente había subestimado. Mi vida ha girado alrededor de la polarización desde antes de que pudiera recordar. Irónicamente, ahora tomó un giro en un entorno extranjero como España para hacer aún más llamativas estas tensiones fundacionales, encarnadas en las fisuras entre Chavismo y Oposición, Miami y Caracas, y últimamente entre España y América Latina.

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