Sebastian Evans (mayo 2022)
Todo el mundo tiene algún lugar en el que se siente cómodo. Hay muchas posibilidades: una habitación, un parque, una biblioteca o, a veces, un restaurante. En el caso de un restaurante, los que pueden convertir aquel espacio en su propio hogar también ganan el título de ser un Regular como se dice en inglés o, como se dice de manera menos mágica en castellano, un cliente frecuente. Conseguí yo esa condición especial en dos restaurantes en Madrid durante mis cuatro meses allí, y los dos—fuera de la comodidad especial que sentía en ellos—me ofrecieron un montón de ventajas. Uno era como un hogar lejos de casa, una base fiable cuando no había nada que hacer y sobre todo un lugar para sumergirme en el español de una clientela variada y auténtica. El otro—el bar de expatriados más chulo de Lavapiés—me enseñó mucho sobre el barrio internacional por excelenia y me ofreció un entorno especial en el cual podía gozar la cultura de la bebida de manera productiva. De verdad, si pudiera ofrecer algún consejo específico para aprovechar al máximo de Madrid, diría que debes hacerte un Regular.
Llevé a cabo mi primera experiencia con la habitualidad a través de un sitio en la plaza Tirso de Molina que se llama la Taberna Tirso de Molina y que también me impresionó repentinamente como si tuviera algún encanto único. Desde fuera la taberna da algunas pistas sobre lo que se esconde adentro: paredes de roble oscuro (algo ya llamativo en una ciudad de piedra) que llevan pinturas de art déco evocadoras de Georges Lepape enmarcan una puerta sencilla de cristal que muestra el ambiente animado adentro. Cuando estás ya en el restaurante, otra vez afrontas lo llamativo- el art déco continúa, con vitrales intercalados, las paredes de roble oscuro parecen extenderse hasta el cielo por los espejos adornados en el techo, todo el entorno brillando bajo luces amarillas. Francamente, el efecto es muy parecido a muchas tabernas estadounidenses, y quizá esto influyó en mi gusto por el restaurante, pero cuando uno de los camareros te da una carta, las similitudes terminan.
Tanto por la comida como por los camareros, la taberna te invita a un mundo único y madrileño. Por supuesto, la carta ofrece cosas típicas españolas como las croquetas, el salmorejo o los calamares fritos, pero también tiene especialidades de Madrid y del restaurante como los callos o su delicioso pulpo “Tirso de Molina”. Además, ofrece un menú del día muy rico que cuesta solo 11,9 euros e incluye un entrante, un plato principal, un postre, una bebida y pan. El interior del restaurante es un poco estrecho y, mientras comes, te verás envuelto en la actividad de los camareros, vas aprendiendo quienes son los gerentes y quienes suelen trabajar en la terraza, empiezas a familiarizarte con sus caras y nombres y, finalmente, sientes una cierta pertenencia en la vida diaria del negocio.
Ya queda claro que la taberna en sí es maravillosa, pero me ofreció además un segundo hogar, un lugar que siempre estaría disponible si quisiera escapar de mi habitación un rato sin hacer un plan con alguien. Desafortunadamente la taberna no tiene wifi, pero no me impidió hacer el trabajo: un día pasé tres horas allí dentro, pedí tres tés, dos cafés y un croissant y me costó menos de diez euros. Mi familia anfitriona no me permitió llevar amigos a nuestro piso, así que la taberna también me sirvió como un punto de encuentro para tomar copas o simplemente charlar y matar el tiempo. Durante periodos sin mucha gente, podía además hablar con algunos de los camareros y así tenía un lugar para practicar mi español con gente que no habla inglés (mi madre anfitriona vivió tres años en Nueva York y me ayudó mucho cuando no sabía alguna palabra en castellano, algo no siempre posible en la taberna).
Aunque sí podía encontrarme con mis amigos en la taberna, otra parte importante de la vida en Madrid fue, ciertamente, la cultura de la bebida, y para mí la experiencia de encontrar un lugar habitual para participar en esa cultura era estupenda. Durante aquellas noches de valentía, a menudo me encontré en Bar el 32 de Lavapiés, un bar de expatriados que te incluye en su ambiente. Los bares de expatriados, por supuesto, son famosos particularmente en la literatura como los ejemplos de F. Scott Fitzgerald o Ernest Hemingway y El 32 está a la altura de ese canon. Si no estás familiarizado, un bar de expatriados es como un pozo de agua por todo el mundo que no pertenece totalmente a ningún país, sin requisito alguno salvo no ser del país. El bar de expatriados crea adrede una confluencia de mundos y ser Regular en uno de ellos es ver el mundo pasar.
Una advertencia de El 32, sin embargo, era que nadie—ni los camareros ni los clientes—hablaba español dentro (disculpa, director). Era probablemente el único lugar en el cual no necesitaba ser un estudiante estudiando en el extranjero y podía ser, simplemente, un estadounidense. ¿Qué quiero decir? No es que estas identidades sean distintas necesariamente, pero en ese bar de expatriados, honestamente solo era un joven estadounidense, no había que tener ninguna razón para estar allí en el bar ni en España, y fue como si me alejara del país por unas horas. Bueno, quizás no quieres hacer eso tú, pero esta especie de no-pertenencia me invitó a una compañía que me dio muchas oportunidades para aprovechar la vida madrileña.
El ambiente especial de El 32 definido por las distintas perspectivas de los camareros y las conversaciones rápidas que tienen lugar en un bar me enseñó mucho sobre mi propio barrio, España en general, y unos lugares buenos para bailar o tomar copas. El gerente del bar, con quien más he hablado, solo lleva unos dos años en España, pero su novia viene de Toledo, y con él hemos tenido muchas conversaciones interesantes sobre las realidades demográficas y las distintas culturas del país. Él también, al conocer el barrio de Lavapiés y otros dueños en el área, nos señaló a mis amigos y a mí muchas ‘joyas ocultas’ para desayunar, tapear y más. Uno de los otros camareros, cuya experiencia en España es más al estilo de los jóvenes, también me dijo mucho sobre las discotecas menos concurridas y mejores de Madrid. Todo esto junto fue una manera única para ampliar mi experiencia en España: encontré lugares divertidos e interesantes que tanto atraen mi perspectiva extranjera porque no están inundados de turistas, y al hacerlo podía convertir la cultura de la bebida en algo verdaderamente productivo.
Juntos, la Taberna y El 32 me ayudaron mucho durante mi estancia en Madrid y creo de todo corazón que ser un Regular ha sido una parte imprescindible de la experiencia. En cualquier caso, creo que es muy importante tener algún lugar que funcione como un hogar—igual si solo es tu piso o tu habitación—pero si este hogar puede llegar a tener un dinamismo propio esto es lo que convierte lo cotidiano en lo mágico. Los restaurantes para mí eran la mejor opción para lograr esto, y creo que merece la pena encontrar un sitio así durante tu tiempo en España.